EL ÚLTIMO RESERO
El gaucho , que nació y vivió en la pampa sin límites , sin ocupación fija, sin patrón y sin compromisos, libre como el viento “errante donde la suerte lo lleve “ como lo cantó Martín Fierro, empezó a sufrir su ocaso cuando el campo se subdividió y se alambró , cuando el ganado cimarrón fué mestizado, cuando el ferrocarril sustituyo a la galera, cuando debió conchabarse como peón en las modernas estancias .
A pesar de ello el gaucho pudo conservar algo de su libertad cuando se convirtió en “resero”, tarea de arrear reses gordas desde ferias y estancias a los mercados, en especial a los Corrales Viejos de Buenos Aires, no ya fijando su propia ruta a través del campo abierto, sino siguiendo la senda que le imponían los caminos y callejones . que los nuevos alambrados delineaban..
El progreso le prestaba solo una mínima parte del horizonte perdido , al que apenas divisaba en el fondo de esos callejones, pero para ese gaucho convertido en resero, era suficiente, porque podía conservar su vida al aire libre, su unión con los caballos y el ganado , mantener su independiente espíritu campero.
Pero eso también tuvo su fin, y su oficio se extinguió cuando aparecieron los camiones jaula que rodaron por las rutas asfaltadas , y el ruido de sus motores sustituyó el golpear de las pezuñas del vacaje retumbando sobre la endurecida costra de los caminos, los gritos de aliento a la tropa y el chasquido de los arreadores , el balido del terneraje y el alegre sonar de los cencerros de las tropillas.
Hace ya cincuenta años viví un episodio cuya imagen quedó grabada en mi memoria, como cicatriz imborrable de la era del gaucho y de su último oficio, episodio que refleja la sencilla pero profunda filosofía del resero bonaerense .
Don Paz Navarreta era un viejo y curtido resero que aún cerca de los ochenta años tropeaba por el camino real entre la feria de Arrecifes y San Pedro, lo conocían como “el gaucho de los tobianos “ , por la tropilla de tobianos colorados que montaba…
Lo veía siempre pasar con una tropa , pero en un tranquilo y caluroso atardecer de verano se detuvo a la vera de la tranquera de entrada de nuestro campo, para cambiar de montado, y me arrimé a conversarlo, porque influído por Hernández y Guiraldes, pensaba con mis pocos años , en las románticas crónicas de sus aventuras y los relatos de sucedidos que sus larga vida de resero y su experiencia campera me deparaban.
-Usted habrá tropeado mucho-, le pregunté después de saludarlo,- habrá conocido muchas estancias, andado por muchos caminos y tendrá muchas historias que contar-
“Mire, no crea, me dijo, yo solo conozco las ferias, los callejones y la cola de las vacas, salir para andar pero siempre para llegar”..
“En el año diez me fuí pa´ los Corrales, porque pagaban trece pesos, pero estaba encerrado y mis montados también, eso no era para mí, y me volví a las ferias y a los callejones, y aquí me tiene”.
No dijo nada más, montó ágilmente su tobiano al que ya había cinchado mientras conversaba, para no perder tiempo, apretó los talones, rozó el anca del montado con la lonja del rebenque, y su imagen se fue perdiendo al galope corto por el camino, por que ya se le hacía tarde.
Escuché por un rato el tañido del cencerro de la madrina de su tropilla que el viento caliente del norte me traía en alternadas ráfagas desde lejos, como acordes lejanos de alegre música campera ,.que acompañaba, mientras la luz de la tarde iba desapareciendo, a esa distante visión del último resero….
Fernando Romero Carranza
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